sábado, 5 de enero de 2008

El Fantasma

Estaba soñando. Soñaba que caminaba por una calle larga, llena de edificios de diversos tamaños y cada una de un color diferente, como si hubiesen sido pintadas por alguien que conocía todos los tintes existentes, pero, sin embargo, la carretera estaba llena de baches y hoyos, lo que contrarrestaba claramente con las edificaciones. En el sueño, Javier caminaba erguido y con fuerzas, aunque en su vida real estaba limitado a morir en una cama porque el estado avanzado de su enfermedad no lo dejaba ni siquiera mover un brazo sin que las repercusiones se notaran al instante.

Javier, 32 años, Caracas, Venezuela, un paciente con VIH desde hacía más de 8 años; aunque en aquél sueño nada le impedía detenerse, estaba sano, por fin sano, ya no debía preocuparse por más nada. Tenía la extraña sensación de que todo, absolutamente todo en su vida marchaba bien, o al menos eso aparentaba.
Seguía caminando y a medida que lo hacía iba encontrándose con personas que hace mucho no veía, como ese vecino que solía jugar con nosotros cuando éramos niños y que luego se mudaba con sus padres para volver, mucho tiempo después, con una profesión, un auto y una familia a recordar el lugar en el cuál había nacido y había transcurrido alguna parte de su vida.
Mientras más caminaba Javier, más gente se encontraba, y luego se dio cuenta que aquella calle representaba a su vida: las casas eran los momentos más alegres que había tenido en ella, y los colores representaban la intensidad con la cuál había venido cada satisfacción; por otra parte, los baches eran el claro ejemplo de los malos momentos que había pasado, algunos eran tan grandes que, de no haber más espacio en la calle, debería o bien caer en ellos o retroceder.

Javier sabía que su vida había transcurrido "normalmente" hasta hacía ocho años, cuando, por imprudencia, o machismo, ya no recordaba ni quería hacerlo, había aceptado a acompañar a su mejor amigo a un prostíbulo, saliendo esa noche de allí con algo más que la satisfacción de haber estado con una mujer.

Mientras continuaba, Javier veía más y más gente conocida, ahora de la etapa de su adolescencia. Jóvenes a los que apenas reconocía, y otros de los cuales se acordaba perfectamente. Veía las caras de sus profesores, amigos cercanos e incluso gente de su vecindario.

De repente, Javier comenzó a notar que los colores de las casas se volvían más opacos y los baches se hacían más grandes, él sabía que ya había llegado a la etapa más difícil de su vida, la etapa en la que descubrió que no sería un ser humano común y corriente y que, tarde o temprano, terminaría débil y dependiendo de los cuidados de alguien más.
Allí, la gente ya no lo saludaba, simplemente se limitaba a pasar por su lado mostrando una cara de terror o asco y cruzando la acera o entrando en alguna casa para evitar toparse de frente con él.
Javier era un fantasma, nadie se lo había dicho, pero ese era el término con el cual le gustaba catalogarse. Nadie ve a los fantasmas, y quienes los ven simplemente se aterran y terminan por contarles a las demás personas lo que ha ocurrido sembrando así el pánico.
Eso era él, un fantasma de carne y hueso que se movía por una calle, ya sin ganas de caminar, y soportaba la indiferencia de las personas, quienes los rechazaban pues su ignorancia era más fuerte que sus ganas de colaborar.

La fuerza se le agotaba, y con cada paso que daba parecía que se desvanecía.
Pero pronto pudo ver que todo se terminaba: allí, al final de la calle podía ver una cerca que limitaba aquel terrorífico paisaje con algo que le era imposible distinguir debido a la intensidad de la luz que provenía del sitio. Javier sintió una paz interior muy extraña, una calma poco usual que parecía aumentar cada vez que se acercaba más y más a la luz... Ya casi lo lograba sólo debía llegar... Le costaba un enorme trabajo pero ya lo tenía, estaba allí, de este lado de la cerca.
Javier, reuniendo con un suspiro sus últimas fuerzas logró cruzarla y al hacerlo, desapareció.

Javier, 32 años, Caracas, Venezuela, un paciente con VIH que un día cayó dormido y nunca más despertó.

3 comentarios:

Anna dijo...

Conocí a un fantasma de carne y hueso. La enfermedad apareció cuando mejor estaba, cuando más fuerzas por vivir tenía, cuando el amor llamaba a su puerta...y de repente se apagó la llama. Se evaporaron todas las ilusiones, se rompieron todos sus esquemas...
Es un amigo, desapareció sin más. Cogió la maleta y se fue casi sin dejar rastro. Pero así es esta enfermedad: difícil.

Un abrazo y gracias por pasarte por mi blog. Yo seguiré visitando el tuyo y leyéndote, me ha gustado!!!

Anna Belén.

Pruna dijo...

Lo que más me apena de los enfermos de VIH, no es la terrible enfermedad que hoy en dia si se coge a tiempo se convierte en crónica sino el rechazo que tienen que sufrir por parte de mucha gente.

Muy bueno tu relato me ha gustado mucho.

Anónimo dijo...

Hola!
Esta historia logra llevarnos a la reflexión: por un lado, elhecho de que antes de morir logras ver tu vida pasar en un segundo y ves que aquello que hiciste, mal o bien, temarcaron como ser humno hasta el fin de existencia. Y, or el otro lado, la situación que viven las personas con VIH, el rechazo, el terror y el "asco" que los demás sienten por ellos son los que realmente acaban con la persona más que la misma enfermedad. Hace algunos mesesen mi trabajo, llego una mujer con la que converse largo rato y al finalizar me dijo que era positiva: Jamás en mi vida pensé estar en esa situación pero mas allá de eso es que logre comprender que esta enfermedad no significa que la persona pierde su integridad y que al aceptar al otro demostramos nuestra verdadera esencia como seres humanos.
Nuevamente, excelente relato.