lunes, 7 de enero de 2008

Las Diosas no viajan en metro

David era una estrella muerta. Una estrella roja, intensa y muerta. Hablo de esas estrellas que se supone que aún podemos ver en el cielo aunque estallaron hace miles de años. A él le pasaba lo mismo: seguía moviéndose, caminando, del trabajo a casa y de casa al trabajo, pero en realidad había dejado de existir hacía ya un par de años. Cuando charlabas con él lo notabas, notabas que en realidad no estaba allí. Era como hablar con una pared, una de las que no tienen orejas.

Al final se lo dije:

-Estás muerto, ¿lo sabías?

-Claro –respondió-. Has tardado en darte cuenta.

Llenó un vaso con la botella de wisky barato que había dejado en la mesa hacía poco y se lo echó al gaznate como si fuese agua. Llenó otro y repitió el procedimiento.

-Es una pena, escribías bien –dije.

-¿Tú crees? Yo no me acuerdo, estoy muerto.

-Sí, sí. Ya basta de ese tema. En fin, me voy.

-¿A dónde? –me preguntó, realmente sorprendido.

-No lo sé. Tomaré el metro y cuando pase por una estación que empiece por erre, me bajaré.

-No se me ocurre ninguna. Podrías pasarte toda la tarde dando vueltas.

-Mejor. Además, en el metro hay chicas. Podría conocer a una chica interesante. A alguien amable. A alguien vivo, no como tú.

David se encogió de hombros. Parecía realmente demacrado con la barba de tres días y el pelo, como ala de cuervo, grasiento y alborotado, demasiado largo para ser corto y demasiado corto para ser largo. Allí le dejé, llenando otro vaso.

Ya en la calle, David se asomó a la ventana y me gritó desde el tercer piso:

-¡Las diosas no van en metro!

-¿Ah, no? –le espeté-, ¿y cómo van de un lugar a otro?

-¿Y yo qué coño sé? –farfulló, y cerró la ventana de un portazo.

Me alejé desconcertado. Hacía frío y no tenía chaqueta. Caminaba con las manos en los bolsillos de los vaqueros, lo que me proporcionó una excusa perfecta para no coger el periódico gratuito que un hippie intentó endosarme al doblar la esquina. En el bolsillo derecho encontré una moneda de veinte céntimos. Se la tiré al tipo y le dije:

-Anda, cómprate una filosofía nueva.

-Con eso no tengo ni para entrar en una secta –contestó malhumorado.

-Pues cómprate una religión. En las rebajas de enero seguro que hay alguna. Las monoteístas están bajando de precio últimamente, debido a la competencia.

Aceleré el paso y me metí en una boca de metro. Allí el aire era agradablemente cálido, impregnado del aliento de la tierra. Bajé los escalones de dos en dos aunque no tenía prisa, pero lo perdí. El metro culebreaba ya hacia su madriguera de túneles cuando llegué abajo.

Al menos parecía que mis manos se recobraban. Me apoyé contra la pared y me las froté para entrar en calor.

Al cabo de poco llegó una chica y se puso a mi lado. Era pequeña y delgada, frágil. Iba excesivamente maquillada y se movía para que la observaran. Tenía una melena exuberante que se derramaba hasta la mitad de su espalda, rojiza, encendida de fuego irlandés. Me miraba abiertamente. Por contraste, el resto de la estación parecía en blanco y negro.

No dije nada, y como había supuesto me habló al cabo de unos segundos.

-¿A dónde vas? –quería saber.

-No lo sé. Voy a bajarme en la primera estación que empiece por erre.

-¿Por qué por erre? ¿Hay alguna razón? –sus pestañas aletearon en sus ojos verdes, largas y espesas como noches de invierno.

-No, simplemente voy a hacerlo.

En ese momento llegó el metro y de las puertas abiertas brotó un torrente de gente que se apresuró, nada más bajarse, hacia las escaleras de salida. La pelirroja y yo entramos en el mismo vagón.

-¿Entonces no vas a decirme a dónde vas? –continuó con su interrogatorio.

Nos habíamos sentado juntos al fondo y su pierna tocaba la mía. La sentí tibia a través de la ropa.

-Te lo diré si antes me dices tú a dónde vas.

-A San pablo –respondió inmediatamente-.

-Entonces yo me bajo en la siguiente.

-La siguiente no empieza por erre, es Alfonso XIII.

-He cambiado de opinión. Acabo de comprender que me conviene alejarme lo antes posible de ti. Eres una asesina.

-¿Yo? –exclamó, y se llevó una mano a los labios como para sofocar un grito o una risa.

-Hace dos años una chica como tú mató a mi mejor amigo. Eso podría llegar a perdonarlo, pero, además ese amigo era un gran escritor. La chica, que era como tú, acabó con él… Y podría ser que ahora me tocase a mí. Todavía no me apetece morir –me expliqué pacientemente.

Ella arqueó una ceja y yo me puse de pie porque ya estábamos llegando a la siguiente estación. Me preguntó:

-¿Y cómo son, según tú, las chicas como yo?

-No sé –respondí desde la puerta, a punto de bajarme-. Magas, hechiceras. Las diosas no viajan en metro, así que debes ser un diablo.

-Soy un diablillo –ronroneó seductora. Faltó poco para que cambiara de opinión y volviera a sentarme a su lado. Únicamente el recuerdo que las palabras de David que acababa de usar habían conjurado me dieron la voluntad necesaria para arrastrarme al exterior y deshacerme de ella.

Tenía que permanecer solo. Yo lo sabía. Cuando lo olvidabas corrías el riesgo de ser atrapado, y con el tiempo, después de la breve satisfacción inicial que comporta el dejarse atrapar, vendría la caída, la muerte. Ser olvidado por una mujer es morir, casi siempre. Aún no era mi turno.

De nuevo en la calle, en el frío. Las manos heladas en los bolsillos y el alma helada repartida en cada uno de los versos que he escrito. Me froté las manos para calentarlas, pero el alma sólo puede frotarse con otra...

3 comentarios:

Pruna dijo...

El metro está calentito, el infierno también no?. Me encanta la descripción del pelo "demasiado largo para ser corto y demasiado corto para ser largo",da una idea de la dejadez del personaje.

Y tú, ¿has publicado algo? porque la verdad escribes muy bien, o al menos a mí me gusta.

Anónimo dijo...

Bueno creo que no está de más que me gustó la historia.. aunque debo confesar que la he leído bastante rápido.
Y... si tengo el chance: claro que me pasó por acá- Para las cosas que me gustan y aprecia, siempre sacó el tiempo!!

Anónimo dijo...

Hola!! tiempo sin pasarme :P
Me encanto esta historia, aunque es un poco perturbadora :S
Pero me atrapo.
Ahora que lo pienso bien, no me gusta iajar en subte ¿será por eso? :P